Italia… uno de los lugares más mágicos, sorprendentes y románticos del mundo. ¿Y qué podría ser más romántica que la ciudad de Romeo y Julieta?
Ese fue precisamente mi razonamiento, cuando fui a visitar a una de mis mejores amigas que estaba viviendo allí hace unos años.
Mi amiga, a quien llamaremos D por esta ocasión, vivía y trabajaba en Bellagio. Una pequeña ciudad a orillas del Lago Como tan hermosa que hasta George Clooney tuvo que comprar una casa sin poder resistirse.
Debido a que mi amiga trabajaba todo el día mientras yo estaba ahí, decidí que tomar un tren a Verona y regresar antes de que oscureciera no era una locura.
Mi motivación principal para visitar la Shakesperiana ciudad, debo de admitirlo, fue la película de «Cartas a Julieta». Antes de que me juzguen sin haberla visto, tomense el tiempo para verla y después pueden hacerme saber si lo que hice fue una cursilería o no.

En fin, ese día me levanté más temprano de lo que cualquier persona en vacaciones debe de hacerlo y tomé un autobús que me dejaría en Lecco (otra ciudad cercana al Lago di Como), para después tomar un tren a la estación central de Milán y luego otro más hacia Verona.
Afortunadamente, siempre llevo conmigo un libro en caso de aburrimiento debido a los largos trayectos, en este caso el elegido resultó ser «The Happiness Project», lo que me ayudó a pasar las horas con rapidez. Pero en cuanto a mis oídos llegó el anuncio de «siamo in arrivo a Verona Porta Nuova» casi lo aviento de la emoción.
En cuanto uno sale de la estación de tren, la ciudad está repleta de letreros anunciando las principales atracciones turísticas, por lo que no me perdí tanto como creí que lo haría y después de unos veinte minutos bajo el sol del verano italiano ya estaba entre la multitud que esperaba ansiosa por entrar al famoso patio.
Después de recorrer todo lo que se podía recorrer sin pagar, me despedía de la manoseada estatua de Julieta y continue caminando por las empedradas calles de Verona, en busca de un refugio del sol y gelato.
En cuanto encontré uno de los mejores gelatos que he comido hasta ahora, decidí que una vez que terminara de comer regresaría a Bellagio porque comenzaba a hacerse tarde y el camino por delante era largo.

Al llegar a la estación de trenes en Milán, me di cuenta que mi horario para regresar a Bellagio en el mismo autobús, implicaba llegar en menos de veinte minutos a Lecco en un tren que aproximadamente tomaba cuarenta.
Desesperada por el tiempo, y sin poder preguntarle nada a nadie por mi falta de italiano, cambié de tren unas tres veces antes de que comenzara a avanzar y yo no le quitara los ojos de encima a mi reloj en todo el camino.
Una vez en Lecco, quince minutos después de que había partido el último autobús a Bellagio, observé como las tiendas y locales cercanos habían comenzado a cerrar. A pesar de que el sol seguía afuera y no eran ni siquiera las siete de la tarde.
Comencé a caminar por toda la ciudad, tratando de pensar en una solución para regresar con mi amiga. Probablemente se estarán preguntando por qué simplemente no le marcaba o mandaba un mensaje para explicarle mi situación, y la razón era que básicamente mi teléfono no funcionaba en el extranjero a menos de que hubiera Wi-Fi, por lo que ella también había comenzado a preocupar por mí a unos 20 km de distancia.
Conforme la oscuridad comenzaba a avanzar en el cielo, me rendí y derrotada me acerqué a un taxista que se ofreció a llevarme a cambio de una cantidad, que con tan sólo recordarla me vuelve a dar coraje.
Una media hora más tarde, estaba de vuelta con mi amiga contándole los sucesos del día. Aliviada por estar de regreso y feliz por haber podido conocer un lugar que antes sólo había visto en películas y libros.
Verona, ni tú ni Julieta tuvieron la culpa de mi mala suerte. Si buscáramos culpables tendrían que ser mi falta de italiano en ese entonces y el sistema de trenes cuando hay un partido de fútbol. Con todo y mala suerte, volvería a ti sin pensarlo.
-Agatha
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