La bella Venecia…podríamos usar varios adjetivos para describir a esta emblemática ciudad, pero podría llenar un libro completo y aún me faltaría espacio para describir lo mucho que me encantó este pequeño pedazo de Italia.
Venecia es un lugar obligado para cualquiera que planea un viaje al país de la pasta, o incluso un viaje a todo el continente. Es un lugar que todo el mundo debería visitar antes de morir.
Así que, durante esos días que pasé visitando a D en Bellagio, planeamos un pequeño viaje por las ciudades clásicas italianas y por supuesto que Venecia debía estar en primer lugar.
Después de mucho planear e investigar en internet, dejamos las maletas listas la noche antes de irnos y fuimos a bailar al Lido di Bellagio como recompensa por un trabajo bien hecho.
La mañana siguiente, más desveladas de lo que nos hubiera gustado ( y cuando digo desveladas me refiero a que entre las tres, apenas habíamos dormido un par de horas), tomamos varios trenes y ferrys pero después de unas cuantas horas, en donde aprovechamos para tomar una merecida siesta, por fin estábamos en La Reina del Adriático.

Lo primero que hicimos después de darnos cuenta que realmente estábamos allí y no era un sueño, fue caminar entre los puentes y callejones para tratar de encontrar nuestro hotel.
No voy a mentirles, Venecia es una ciudad cara y el alojamiento es uno de los aspectos en donde más se nota. El hotel que nosotras logramos conseguir se encontraba bastante alejado de la zona turística, tenía el excusado dentro de la minúscula regadera y cada quien pagó un poco más de 40 euros por sólo una noche. Afortunadamente, el desayuno estaba incluido en la tarifa.
Pero no dejemos que eso los detenga de ir a Venecia.
Cuando por fin lo encontramos, ansiosas por salir a explorar la ciudad bajo el calor del verano europeo, nos cambiamos por algo más fresco y aventamos nuestras mochilas sobre la cama. Cuidando de cerrar bien la puerta antes de bajar las escaleras hacia las calles.

Nunca antes en mi vida había visto a tantas personas juntas. Para donde sea que uno volteara a ver, podías ver a gente de todas partes del mundo tratando de atraer la segunda cosa más abundante en la Plaza de San Marcos, palomas.
Caminamos entre la multitud a través de la piazza, admirando nuestros alrededores y buscando desesperadamente un puesto de gelatos para combatir el calor.

Las atracciones principales incluyen la catedral de San Marcos; caminar por sus puentes, los más famosos incluyen el puente de Rialto y el de los suspiros, los incontables museos de arte (a los que me arrepiento no haber entrado), y no podría faltar navegar por sus canales a bordo de una góndola mientras el gondolero recita exquisitas canciones en italiano.
Esto último, por supuesto, si tienen más de 70 euros para gastar por persona en menos de una hora.
Una buena alternativa siempre son los water taxis, mucho más económicos pero un poco menos románticos.
En mi caso, mis amigas y yo no hicimos ninguna de las dos cosas, en su lugar caminamos hasta que nuestras piernas nos reclamaron, y cuando por fin encontramos un lugar de gelatos y granitas nos sentamos a la orilla del agua a disfrutar del día.
Cuando nuestros estómagos comenzaron a recordarnos que hacía ya varias horas que no los alimentábamos con nada adecuado, fuimos a una pequeña trattoria cercana al Puente de Rialto donde ordené una pizza Blancanieves (nada relacionado con la princesa de los Grimm) y me sorprendí un poco con los precios, de nuevo recordando que esta no era una ciudad barata.
Y en este punto ustedes se estarán preguntando, ¿pero Agatha, acaso consideras el calor, los altos precios y las multitudes tan malas como para escribir un post completo sobre eso?
No, la verdad es que esas fueron incomodidades pequeñas en un lugar de cuento. Lo que sí considero desafortunado fue lo que sucedió después de comer.
Probablemente para los que no son de México, la costumbre de acostarse a descansar después de una comida podría parecerles extraña, pero para nosotras fue de lo más normal volver a nuestro cuarto para tomar una pequeña siesta antes de recorrer Venecia al atardecer y explorar la ciudad de noche. Sobre todo si consideramos las pocas horas de sueño que habíamos dormido la noche anterior.
Después de todo, al día siguiente volveríamos a la estación para continuar con nuestro recorrido por Italia.
Así que cerramos los ojos por lo que juramos serían sólo 40 minutos a lo mucho y nos quedamos dormidas.
Cuando por fin despertamos, recargadas de energía para seguir caminando y conociendo los lugares que nos hacían falta…
Hasta que nos dimos cuenta que eran las siete de la mañana del día siguiente y era ya hora de ir hacia la estación para dejar a esta hermosa ciudad atrás.
Hasta la fecha sigo arrepintiéndome de haberme perdido el atardecer y poder ver la ciudad de noche, siempre he pensado que las ciudades pueden transformarse por completo con la luna en el cielo, pero por otro lado tampoco hubiera cambiado esa noche en el Lido con mis amigas, definitivamente una de las más divertidas de todo el viaje.
Ahora ese pequeño episodio de mala suerte, sirve como motivación para regresar algún día a este lugar tan mágico.
-Agatha
Me gustó mucho tu narrativa, me hace recordar cuando anduve por allá… Esas cosas que en su momento parecen malas al final son historias que contar y motivos para volver 😉
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Exactamente, ahora cada que recuerdo me da risa y ganas de volver a tan maravilloso lugar.
Me alegra que te gustara!!
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