Y tal cual como dice el título: ¡Hola Londres!

Mi siguiente viaje en el cual mi mala fortuna se hizo presente fue la primera vez que pude visitar la capital inglesa. Para dar un poco de contexto a la historia, debo contarles que antes de mi visita a Londres, yo ya había vuelto de Merano hace unos 3 meses y extrañaba a Ryan como loca, ya que él seguía en Italia pero en julio volvería con su familia.

Así que desde el día que regresé a mi país busqué conseguir dinero  y trabajando de todo lo que se me ocurriera hasta que (con un poco-mucho de ayuda) pude comprar el boleto para ir a verlo.

Los días anteriores a mi vuelo, estaba más nerviosa que de costumbre. Sería la primera vez que lo volvería a ver después de (lo que yo pensaba en ese entonces) tantos meses. Al mismo tiempo estaba extremadamente feliz ya que desde que tengo memoria siempre había querido visitar Londres.

Después de hacer la maleta, empacando para un clima imprevisible, y comprado unos cuantos regalos y dulces mexicanos para regalar allá, todo estaba listo para el viaje.

Durante el vuelo todo salió bien, no fue hasta que llegamos al aeropuerto de Amsterdam donde únicamente tenía 40 minutos de escala, que las cosas comenzaron a complicarse. En primer lugar, porque tuve que correr al otro lado para llegar a mi puerta de embarque, un poco confundida por el idioma de los letreros alrededor y sintiendo los primeros estragos del jetlag.

Orgullosa de mi habilidad atlética puedo decir que logré llegar a la puerta, incluso con tiempo extra para arreglarme un poco antes de ver a Ryan. Esfuerzo que no valió mucho la pena ya que cuando el vuelo con destino a Londres despegó, me quedé profundamente dormida, arruinando así mis intentos de peinado y maquillaje.

Ya en Heathrow, por fin en Londres después de tan largo camino, tenía el corazón a mil por hora con la emoción de por fin reunirme con Ryan. Así que corrí al carrusel para recoger mi equipaje, mentalmente planeando lo que me pondría antes de tomar el tren para verlo en Paddington donde habíamos acordado antes.

Esperé y esperé. Cuando llegué al carrusel había sido de las primeras en estar ahí, pero de nada sirvió porque mi maleta simplemente no aparecía. Cuando la última persona tomó lo que parecía ser la última pieza de equipaje, fue que me rendí y me acerqué al mostrador de ayuda para pedir, pues, ayuda.

Se disculparon incontables veces, me aseguraron que el motivo por el que mi maleta no había llegado era que la escala en Holanda había sido muy corta pero si les proporcionaba una dirección, la enviarían allí en cuanto la hubieran encontrado.

El hecho de que una maleta se pierda en los vuelos; no es nada del otro mundo, pasa todos los días y a todo tipo de personas alrededor del planeta. Pero lo que yo no podía perdonar es que me hubiera sucedido precisamente en esa ocasión.

Mientras iba en el tren hacia la estación de Paddington, cargando mi celular que también había muerto con tanto viaje, me resigné a que tendría que seguir usando la ropa que traía puesta por un rato más, y conformarme con el pequeño kit de «supervivencia» que me habían dado en la aerolínea como compensación.

Pero, para ser honesta, todas esas preocupaciones y enfados se me olvidaron por unos momentos cuando por fin vi a Ryan y decidimos que veríamos el lado positivo de toda esta situación.

Lo que yo no sabía todavía es que, aunque encontraron mi maleta ese mismo día, tendría que usar la misma ropa un par de días más hasta que la pudieran entregar a nuestro AirBnB.

En fin, estaba en Londres recorriendo los lugares que siempre quise con mi persona favorita así que después de todo no era tan terrible como creía. Solamente era ropa.

-Agatha