Desafortunadamente, la peor experiencia que he tenido hasta ahora, sucedió en mi país.

Antes de continuar con la historia del día, debo aclarar que contrario a lo que se dice sobre México en las noticias no siempre representa lo que en realidad es la esencia de México. Y no debería de desmotivarlos para visitar este bello país. Las cosas malas pueden pasar en cualquier parte.

En fin, comencemos…

A inicios de este año, Ryan volvió a visitarme y gracias a que su visita coincidió con uno de los puentes que tenemos aquí a inicios del año, decidí que el viaje de esta vez sería a Guanajuato.

En parte inspirada por la película de Coco y por el hecho de que la última vez que fui tenía 3 años y no recordaba mucho de la ciudad.

Así que reservamos el AirBnB, empacamos nuestras maletas y tomamos carretera con mi buena amiga D (la misma de Venecia) ya que ella también iba a pasar el fin de semana largo con su familia allá.

En cuanto llegamos a la ciudad, quede asombrada por la belleza colonial del centro, las casas tan coloridas y la música que amenizaba todo.

El primer día decidimos simplemente recorrer la ciudad, y cenar algo en nuestro AirBnB (que también era un café bastante encantador) para descansar y estar preparados al día siguiente.

Ese domingo anduvimos de un lado para el otro; caminamos por el sendero del Pípila, llegando hasta la cima desde donde se puede apreciar toda la ciudad, la Alhóndiga de Granaditas y sus múltiples callejones.

Conforme avanzaba la tarde, decidimos que después de comer visitaríamos el museo de las momias. Las memorias que yo tenía sobre ese lugar eran vagas y un poco aterradoras, pero cuando le platiqué a Ryan la historia del lugar, intrigado como buen ex-arqueólogo me sugirió que fuéramos.

Siguiendo las indicaciones de los letreros en las calles, caminamos por los lugares designados para poder llegar al museo. Debo admitir que desde el comienzo el camino me dio mala espina, ya que estaba muy solo y alejado de las zonas pobladas del centro.

Por suerte, llegamos sin ninguna eventualidad a la fila interminable que había fuera del museo y después de casi una hora, logramos entrar.

Al salir, las momias seguían igual de terroríficas si no es que más, vimos que estaba empezando a atardecer y sabíamos que definitivamente no queríamos volver por el mismo lugar que habíamos subido. Así que seguimos unos letreros diferentes a los primeros, esperando salir por otro camino.

Pero, básicamente nos guiaron por el lado opuesto de la colina que habíamos subido anteriormente, sólo que esta vez estaba todavía más desolado que antes.

Conforme íbamos bajando, noté que detrás nuestro venía un señor caminando, lo que me asustó un poco y le pedí a Ryan que nos detuvieramos porque no me daba mucha confianza.

Y efectivamente mi intuición tenía razón, el señor al ver que nos detuvimos hizo lo mismo y nos ordenó calmadamente que le entregaramos nuestras cosas.

No quisiera contarles los detalles lúgubres, así que solamente diré que desde ese día estoy sin cámara, sin un monedero que me había regalado Ryan y con un sabor semi-amargo del viaje. Además de todo el trámite que tiene que hacer uno para renovar las identificaciones y las tarjetas de los bancos.

A pesar de que tuvimos la opción de regresar a México, un día antes de lo esperado por el susto, decidimos no dejar que eso nos arruinara el viaje y en su lugar visitar San Miguel de Allende, otro lugar al que no iba desde hace 20 años.

Esta experiencia definitivamente es de lo peor que me ha pasado, pero pienso que este tipo de cosas pueden pasar en cualquier lugar del planeta y no debemos dejar que situaciones como esta nos desmotiven de viajar y conocer lugares nuevos.

-Agatha