


La historia del día de hoy se remonta a varios años atrás, mucho antes que los desfortunios con los trenes en Italia y la mala suerte al intentar abordar mi avión de regresa a casa en Heathrow, esta historia se podría decir que fue una de los primeros capítulos en mi vida como Viajera Fortuna. Lo único que puedo decir es que afortunadamente no estaba sola en esta ocasión.
Todo comenzó hace unos cinco años, cuando una de mis mejores amigas nos invitó a la ciudad de León en Guanajuato (lo sé, mi suerte con este estado no es la mejor) para festejar su cumpleaños y asistir al FIG, o el Festival Internacional del Globo.
Así que decidimos salir de la ciudad desde el viernes en la tarde ya que la distancia entre León y la ciudad es solamente de unas 4 horas como máximo. Y ahí fue donde todo comenzó…
Estuvimos en la carretera aproximadamente siete horas, paradas en el tráfico debido a un accidente así que acabamos llegando a nuestro destino a a las dos de la madrugada.
Al día siguiente, nos levantamos más temprano de lo que queríamos después de habernos desvelado y aún en nuestra pijama, fuimos hacia el Parque Ecológico Metropolitano a ver los globos. Una vez que regresamos a casa, decidimos ir a comprar provisiones ya que más tarde acamparíamos en el parque.
Esa misma noche, cuando nos disponíamos a armar nuestra tienda de campaña y lanzar unos globos de cantoya, nos dimos cuenta que las varillas que necesitábamos en México y que nuestros planes de pasar la noche en el parque se habían cancelado por completo.
Así que para tratar de alegrarnos un poco, lanzamos los globos de cantoya (que son más difícil de encender de lo que parecen) para unirnos al resto de las personas que iluminaban el cielo con ellos, mientras en un escenario cercano Molotov (o eso creíamos nosotras) tocaba para los asistentes del festival.
Poco a poco comenzamos a ver nuestro globo subir hacia el cielo, hasta que por alguna razón desconocida comenzó a dirigirse al techo del escenario y en unos segundos las flamas ya eran visibles desde donde estábamos. Afortunadamente, fue un incendio pequeño y lograron apagarlo rápidamente.
Lo que le siguió a nuestro acercamiento con la piromanía fue una noche entera de caminar por el parque bailando con los DJs del festival, yendo a cenar tacos en la madrugada y volviendo antes del amanecer para despedir el último día de los globos. Todo esto sin haber dormido ni un minuto en toda la noche.
Después de una siesta, despertamos al mediodía de ese domingo con la noticia de que varios miembros de la familia de mi amiga vendrían para una comida con motivo de su cumpleaños. Así que la carne se puso a asar y las quesadillas a cocinar junto con una gran variedad de platillos.
Todo esto prometía para un buen cierre de nuestro fin de semana de mala suerte, hasta que casi todos los asistentes acabaron con una infección en el estómago que para muchos terminó en el hospital…
Pero esa es una historia para otro día.
-Agatha